Buscar este blog

viernes, 1 de diciembre de 2017

Los tacos de Mamá

Los tacones de mamá me quedaban grandes, pero eran hermosos, esos rojo vino de quince centímetros eran muy cómodos, el vestido negro de mi hermana y su labial terracota realzaban mis labios. El pelo lo dejé crecer durante meses para hacerme el peinado que había visto en las revistas, me quedó fabuloso. Unas caravanas de plata y unos anillos de oro para rematar mi look. Todo pudo haber salido perfecto si no fuera porque mi padre volvió de su trabajo mucho antes de lo esperado.
Luego no recuerdo demasiado, pero nunca olvidaré su cara cuando me vio allí al lado del espejo, feliz. La paliza de mi vida me dio ese día, él nunca permitiría que su único hijo varón luciera así.
Recuerdo haber despertado en el hospital, supongo que al otro día. La enfermera que se me acercó, me comentó: “Ahora vas a tener más cuidado la próxima vez que decidas meterte con una chica con novio”. Era obvio que mi padre no contaría la verdadera historia, no le conviene que la gente se entere que su hijo es un enfermo mental que se disfraza de mujer.
Mamá supo la historia real, pero siempre la calló, y le dio la razón a papá, eran tal para cual. Mi hermana era la única rescatable, ella me defendió en varias ocasiones luego de esa vez, me ayudaba y me daba ese poco aliento que me inspiraba vida.
A pesar de que aquella vez terminé en el hospital y que tenía mucho miedo de que volviera a pasar, no podía dejar de vestirme así, me sentía yo realmente, linda, con confianza, a gusto. Es triste no poder compartirlo con las personas que más quieres, tener que lucir como no sos, aparentar, ser un extraño para no incomodar a los demás.
Kevin, mi mejor amigo, se enteró de una fiesta privada, de estas que asistíamos una vez por mes con otros chicos y chicas de la comunidad LGTB, obviamente todo esto se hacía a escondidas, y pocas personas podían entrar a ella, por miedo a lo que podría suceder.
Guardé un vestido que mi hermana me dio en mi mochila, un par de tacos aguja y un pequeño kit de maquillaje. Me escapé por la ventana de mi cuarto, debía volver antes de que amanezca y se dieran cuenta que no estaba en mi cama.
Nos encontramos con Kevin en bicis en una esquina marcada, y aceleramos ni bien nos encontramos para llegar lo antes posible al evento sin que nadie se diera cuenta. Al llegar entramos en un callejón oscuro, con una pequeña luz a lo lejos de baja potencia. Golpeamos una puerta de hierro y una ranura de la puerta se abrió para vernos, enseguida mi amigo dijo las letras que debía decir para poder entrar, era un código que manejábamos que solo algunos invitados sabían. Logramos entrar, nos hicieron caminar por un par de pasillos oscuros, y luego bajamos unas escaleras que nos llevaban al sótano del edificio. Allí estaban todos, bailando, tomando y riendo, siendo ellos.
Fuimos con mi amigo al baño, sacamos nuestros looks de la mochila y nos aprontamos allí. Aunque no había conseguido una peluca y me encontraba casi pelada porque mi padre lo decidió así (además me arregló un matrimonio con la hija de su amigo, que según él, así me convertiría en hombre), eso no me detendría para sentirme fabulosa ese día.
No era mi primera vez allí, ya conocía a varias personas, me sentía a gusto, en familia, en mi verdadero mundo. Bailé, tomé, besé, disfruté. Pero aquello terminó cuando la policía nos encontró, había un infiltrado entre nosotros.
Los gritos no se hicieron esperar, entre insultos nos golpearon sin piedad, empujones, piñas, sangre y palos, es lo que recuerdo claro de ese momento. Kevin estaba tirado agonizando de la paliza que nos dieron. Nos arrastraron para llevarnos a sus autos entre insultos y más golpes.
Me llevaron lejos, supongo, porque fueron un par de horas de viaje, nunca vi el camino. Sé que cuando llegamos me bajaron en un lugar y me hicieron caminar hasta llegar a unos cuartos oscuros donde me dejaron por dos días solo, sin comida y sin nada, solo yo.
Luego de esos días por fin abrieron esa maldita puerta, pero solo fue para seguir golpeándome e insultando. Así fue durante días, golpes en cualquier momento, practicaron diferentes torturas conmigo. Yo aún no sé por qué seguía viva, tal vez tenía unas pocas esperanzas de que todo terminaría.
Al menos así pasó, aquello terminó el 10 de febrero de 1982, en plena violación. No pude más.


Cristhian Petroff, 2do BJ Bachillerato Audiovisual