Los tacones de mamá me quedaban grandes,
pero eran hermosos, esos rojo vino de quince centímetros eran muy cómodos, el
vestido negro de mi hermana y su labial terracota realzaban mis labios. El pelo
lo dejé crecer durante meses para hacerme el peinado que había visto en las
revistas, me quedó fabuloso. Unas caravanas de plata y unos anillos de oro para
rematar mi look. Todo pudo haber salido perfecto si no fuera porque mi padre
volvió de su trabajo mucho antes de lo esperado.
Luego no recuerdo demasiado, pero nunca
olvidaré su cara cuando me vio allí al lado del espejo, feliz. La paliza de mi
vida me dio ese día, él nunca permitiría que su único hijo varón luciera así.
Recuerdo haber despertado en el hospital,
supongo que al otro día. La enfermera que se me acercó, me comentó: “Ahora vas
a tener más cuidado la próxima vez que decidas meterte con una chica con
novio”. Era obvio que mi padre no contaría la verdadera historia, no le
conviene que la gente se entere que su hijo es un enfermo mental que se disfraza
de mujer.
Mamá supo la historia real, pero siempre la
calló, y le dio la razón a papá, eran tal para cual. Mi hermana era la única
rescatable, ella me defendió en varias ocasiones luego de esa vez, me ayudaba y
me daba ese poco aliento que me inspiraba vida.
A pesar de que aquella vez terminé en el
hospital y que tenía mucho miedo de que volviera a pasar, no podía dejar de
vestirme así, me sentía yo realmente, linda, con confianza, a gusto. Es triste
no poder compartirlo con las personas que más quieres, tener que lucir como no
sos, aparentar, ser un extraño para no incomodar a los demás.
Kevin, mi mejor amigo, se enteró de una
fiesta privada, de estas que asistíamos una vez por mes con otros chicos y
chicas de la comunidad LGTB, obviamente todo esto se hacía a escondidas, y
pocas personas podían entrar a ella, por miedo a lo que podría suceder.
Guardé un vestido que mi hermana me dio en
mi mochila, un par de tacos aguja y un pequeño kit de maquillaje. Me escapé por
la ventana de mi cuarto, debía volver antes de que amanezca y se dieran cuenta
que no estaba en mi cama.
Nos encontramos con Kevin en bicis en una
esquina marcada, y aceleramos ni bien nos encontramos para llegar lo antes
posible al evento sin que nadie se diera cuenta. Al llegar entramos en un callejón
oscuro, con una pequeña luz a lo lejos de baja potencia. Golpeamos una puerta
de hierro y una ranura de la puerta se abrió para vernos, enseguida mi amigo
dijo las letras que debía decir para poder entrar, era un código que
manejábamos que solo algunos invitados sabían. Logramos entrar, nos hicieron
caminar por un par de pasillos oscuros, y luego bajamos unas escaleras que nos
llevaban al sótano del edificio. Allí estaban todos, bailando, tomando y
riendo, siendo ellos.
Fuimos con mi amigo
al baño, sacamos nuestros looks de la mochila y nos aprontamos allí. Aunque no
había conseguido una peluca y me encontraba casi pelada porque mi padre lo
decidió así (además me arregló un matrimonio con la hija de su amigo, que según
él, así me convertiría en hombre), eso no me detendría para sentirme fabulosa
ese día.
No era mi primera vez allí, ya conocía a
varias personas, me sentía a gusto, en familia, en mi verdadero mundo. Bailé,
tomé, besé, disfruté. Pero aquello terminó cuando la policía nos encontró,
había un infiltrado entre nosotros.
Los gritos no se hicieron esperar, entre
insultos nos golpearon sin piedad, empujones, piñas, sangre y palos, es lo que
recuerdo claro de ese momento. Kevin estaba tirado agonizando de la paliza que
nos dieron. Nos arrastraron para llevarnos a sus autos entre insultos y más
golpes.
Me llevaron lejos, supongo, porque fueron
un par de horas de viaje, nunca vi el camino. Sé que cuando llegamos me bajaron
en un lugar y me hicieron caminar hasta llegar a unos cuartos oscuros donde me
dejaron por dos días solo, sin comida y sin nada, solo yo.
Luego de esos días por fin abrieron esa
maldita puerta, pero solo fue para seguir golpeándome e insultando. Así fue
durante días, golpes en cualquier momento, practicaron diferentes torturas conmigo.
Yo aún no sé por qué seguía viva, tal vez tenía unas pocas esperanzas de que
todo terminaría.
Al menos así pasó, aquello terminó el 10 de
febrero de 1982, en plena violación. No pude más.
Cristhian Petroff, 2do BJ Bachillerato Audiovisual





